domingo, 9 de noviembre de 2008

Convivencia

No soy precisamente el ama de casa pro-activa.

Quiero decir: no vivo para la casa, ni ahí. No es una obsesión la batalla contra el polvo, ni la carpetita sobre el modular, ni encerar las cornisas.

En este contexto, fácil es encontrar platos de la noche anterior.


O era.


Todo comenzó con la maldita primavera, que de primavera no tiene nada. Viento, viento, y... ah, más viento; y HORMIGAS.

La Casita tiene todo lo bueno, y también lo malo de una casa antigua, con sus huecos, grietas y túneles-gusano correspondientes y perfectamente ganados en buena ley. Perfecto. Los artropoditos viven aquí hace años, los intrusos somos nosotros. Pares de ojos múltiples nos observan sin cesar. Sólo eso. Tranquis. Hatsa acá, todo bien, cada uno con su metro cuadrado. Tácito armisticio.

Domingo, anochecer de un día de Fiaca, sí, con mayúscula. Ni ganas de lavar los platos.

Lunes por la mañana. El principio. Un caminito de hormigas bajando por el agujero del caño del termotanque. Mesada. Hornallas. Escurridor. ¡Alacenaa! Y un colchón acústico. Un eco pequeñísimo, lejano.


"Somos-las-hormigas-que robamos-su comida,-es-tamos aquí-para-arruinar-le- el día..."


¡fuck! ¡y no tengo insecticidaa!!! La puta que las re parió, a ellas y a su cantito.

Acudo entonces a los elementos naturales. Agua. Mueren inundadas mientras, morbosa, descubro el placer del asesino.

A la tarde, voy a la anónima y me prometo no olvidar el insecticida.
Pero tengo un alemán que me esconde las cosas.

Ellas, impunes y organizadas, continúan llegando y explorando la cocina. Las más osadas trepan por la mesa.


Martes. Llego al mediodía de la escuela, luego de una mañana lidiando con adolescentes-mutantes, que comenzó a las 6 a.m. La histeria.

Ya-es-personal.
Una legión, una bifurcada: el primer regimiento sobre la mesada, el segundo hacia la pared. La alacena, el mueble, las hornallas, ¡el horno!

-¡Hijas de puta! La reputamadre que las remil re parió! Las odio, las odio!

Segundo elemento natural: el fuego. Se retuercen bajo la llama azul de las hornallas, bajo mi mirada retorcida, mi sonrisa torva. De cortina escucho, entre telones de la mente, los primeros acordes de La Novena.

En eso, el vecino (¿gay?). Aprovecho su saludo casual para rogarle un insecticida (vergüenza es robar...) Dios no ha muerto.
Ahora sí. La guerra química.

Así me encuentra Félix, enardecida, rociando Selton a mansalva.

- Gracias - intento retornar el insecticida al vecino (¿gay?) a través de la ventana.
- No... quedátelo. A mí mucho los venenos no me gustan, ¿viste? Yo tuve en el patio el año pasado y no me quedó otra que echar... pero en realidad las hormiguitas no hacen nada... ponés todo en frascos y chau. Hay que convivir con las hormigas.

(una de dos. Gay, o proximo eslabón evolutivo).

Psé. Puede ser. Sólo sé que mis buenos modales tienen límites. Por lo pronto tengo frascos, tiro selton cuando no estoy, y ah, sí. El jugo de hormigas tiene el mismo sabor que el agua.

1 comentario:

L. Martinez dijo...

Las hormigas no hacen nada, let it be.....

ni que fueran arañas