lunes, 5 de enero de 2009

¡¡¡NO ES MI MARIDO!!!

El otro día, charlando con gente amiga, surgió medio al pasar el asunto.

- Menos mal que se junta y no se casa. Así, si algo sale mal, se separa y chau.

Razón no falta, sentido común tampoco. No obstante me quedó flotando como un fantasma, cierta manera de ver el mundo que me llamó la atención.

Pareciera que el máximo escalafón es casarse. Vivir juntos es, a lo sumo y cuando sale bien, una etapa previa a; una puesta a prueba, en el mejor de los casos - en las antípodas, el pecado.

Está todo bien con aquellos que eligen el matrimonio porque les significa algo. Y si hay amor, buenísimo. También lo está con los que quieren probar primero.

Pero también estamos los que elegimos convivir. No como síntoma de inseguridad en la pareja ni como versión beta del matrimonio; sino como postura deliberada: convivir. Es una manera de mirar el mundo, de pararnos ante él.

Veo al casorio como una mera conveniencia: ponele si llegase un bebé, para la obra social, o si el banco nos favoreciera con algún préstamo. Y por civil. No le encuentro más significado.
Estoy estrenando un agnosticismo construido, buscado como una necesidad.
Ni los vestidos núbiles ni las fiestas rituales me desvelaron alguna vez.
No tiene trascendencia social para mí.

Detrás late la ideología - palabra que me encanta y que sabe asustar.


Y si algo sale mal - bueno, es el riesgo.

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